Jardines del Príncipe, Aranjuez

30 04 2012
  • Senderismo
  • Distancia total: 6 km aproximadamente. (Circular)
  • Dificultad: Muy baja.
  • Época recomendada: Todas

Etapa muy breve y sencilla, hecha a medida para pasar una agradable tarde con niños o personas mayores y también para dar un romántico paseo con tu pareja.

Los Jardines del Príncipe son los más grandes de los tres que hay en Aranjuez y uno de los más extensos de España. Tienen un perímetro de 7 km y unas 150 hectáreas de extensión (para hacernos una idea, casi 40 campos de fútbol). Es una sucesión de jardines con un magnífico trazado y una diversidad botánica asombrosa. Fueron creados por Pablo Boutelou a petición expresa de Carlos IV, cuando aún era Príncipe de Asturias, pero se acabaron cuando ya era Rey de España (1772-1804). De esta época son los cinco primeros jardines, de estilo paisajista, siguiendo la moda inglesa y francesa de finales del siglo XVIII, aunque el Embarcadero y la Huerta de Primavera o Huerta Grande de Don Gonzalo (actual Jardín de Primavera) son de época de Fernando VI, y fueron las raíces de los actuales jardines. La variedad de árboles que podemos encontrar es impresionante: cipreses, arces, robles, plátanos, árboles del amor, ahuehuetes, tilos, pinos, pacanos, árboles de Júpiter, caquis de Virginia, castaños de indias, fresnos, cafeteros, magnolios, carpes, liquidámbares, etc…

Nada más entrar a Aranjuez por la Antigua Carretera de Andalucía, cruzamos el Tajo y en la rotonda que hay junto al restaurante «El Rana Verde», giraremos a la izquierda por la calle de la Reina. Por allí dejaremos el coche lo más cerca posible del restaurante para entrar al jardín por la Puerta Principal, que está unos metros más adelante.

A esta puerta también se la conoce con el nombre de Puerta del Embarcadero, y fue construída por Juan de Villanueva.  Según vamos caminando por el Paseo del Embarcadero, podemos contemplar a nuestra derecha el Jardín de Primavera (antigua Huerta de Primavera), y a nuestra izquierda el Primer Jardín.

Cuando llegamos a la primera gran rotonda, seguiremos rectos hasta llegar al Cenador de Rusiñol, una curiosa estructura realizada con cipreses, que fue restaurada en 1995 por Patrimonio (no sin cierta controversia) debido a una enfermedad de los árboles que la formaban.

A nuestra derecha va quedando el Jardín Segundo. Cruzando el Cenador de Rusiñol, comenzamos a ver la zona de los Pabellones, que da acceso al Embarcadero. Hay cinco pabellones, de los cuales el denominado Pabellón Real es el más grande. Lo construyó el famoso arquitecto Bonavia en 1754.

Los otros cuatro (algo más pequeños), se construyeron en época del rey Carlos III para que los príncipes Carlos IV y Maria Luisa de Parma los utilizasen como lugar de recreo (de ahí tomaron el nombre los jardines). Entre los pabellones hay un pequeño jardín que divide el Embarcadero del pabellón principal. Antes de llegar al mismo, podemos contemplar la Fuente de Poseidón.

Justo a pocos metros encontramos el Embarcadero, donde merece la pena pararse un rato a disfrutar de las vistas del Tajo, los patos, y los sauces llorones que hay en sus orillas.

A veces se pueden ver piragüistas y alguna barcaza turística. Junto a esta zona se encuentra el Restaurante «Castillo de 1806», y una pasarela que cruza el Tajo por la que accedemos al Camino de Colmenar de Oreja. Desde la pasarela también podemos sacar una buena foto del Tajo a su paso por Aranjuez.

Junto al restaurante está el Museo de Falúas Reales o Casa de Marinos. En él podemos visitar una serie de embarcaciones con las que los reyes de la época navegaban por el río Tajo. La entrada general son 3 €, y 2 € para jubilados y estudiantes. Cierran los lunes, y abren de 10 a 17.15 (salvo de abril a septiembre que están hasta las 18.15). Creo que también se puede comprar un pack en el Palacio Real para visitar todos los edificios de Patrimonio Nacional en Aranjuez.

Continuando el camino tras el Museo de Falúas, llegamos a los Jardines Tercero y Cuarto, donde encontramos la Fuente de Narciso.

Seguimos caminando junto al muro del río hasta llegar al Jardín Quinto donde se encuentra la Fuente del Cisne, otra de las importantes de estos jardines.

Regresando de nuevo al camino de donde veníamos, avanzamos unos pocos metros para contemplar la Fuente de Apolo, la cuarta fuente que nos encontramos en nuestro recorrido, que marca el límite entre el Jardín Quinto, el Sexto y el Séptimo. Esta fuente es una réplica de la original que se llevó a La Granja de San Ildefonso en el año 2000.

Dejando esta fuente a nuestra izquierda, giramos a nuestra derecha para adentrarnos en el Jardín Sexto y encontrarnos con el Estanque de los Chinescos. Es un pequeño lago artificial inspirado en los jardines japoneses, que alberga tres pequeñas isletas artificiales sobre las que se levanta un templete de estilo diferente en cada una de ellas.

El templete chinesco fue prácticamente destruído en la Guerra de la Independencia, y Fernando VII lo reconstruyó en estilo turco. El templete griego fue obra de Juan de Villanueva, y está realizado en granito con unas llamativas columnas jónicas que sujetan el techo, el cual en sus orígenes estuvo coronado por un dragón dorado.

Por toda esta zona podemos ver alguna oca, gran cantidad de patos, y pavos reales. Si teneis suerte podréis ver cómo extienden la cola, momento absolutamente espectacular donde se muestra el colorido del plumaje y la majestuosidad de estos animales.

Volviendo hacia la Fuente de Apolo y continuando por el camino que hay detrás de la misma, ya en el Jardín Séptimo, giramos a la derecha cuando llevamos andados unos metros hasta llegar a la conocida Montaña Rusa o Montaña Suiza. Se trata de un alto o montículo, que está coronado por un templete de madera desde el cual hay unas bonitas vistas del Jardín Séptimo.

Una vez vista la Montaña Rusa (o Suiza), giramos hacia la izquierda en dirección al río, y vamos caminando a lo largo del muro adyacente que nos separa del mismo, por el perímetro del Jardín. Llegamos a un punto en el que nos encontramos una valla que nos indica el fin de los Jardines del Príncipe, y el comienzo de una zona privada llamada Parque Miraflores.

Este espacio, anexo a los jardines, se crea en 1848 por el Marqués de Miraflores, que fue el gobernador del Palacio en los comienzos del reinado de Isabel II. Su idea fue realizar el parque siguiendo el estilo inglés, pero acabó siendo un coto de caza privado para los reyes. Como decimos, no está abierto al público, así que no os salteis la valla porque puede haber problemas.

Bajando hacia la derecha, y ya en el Jardín Octavo, vamos a parar a la Casa del Labrador. Este palacete fue construido durante 13 años por Juan de Villanueva y su ayudante, Isidro González Velázquez, bajo orden de Carlos IV. El palacete está considerado como uno de los más exclusivos del mundo, aparte de por su estilo neoclásico, porque alberga en su interior algunos de los decorados y ornamentaciones más hermosos de la época. El horario de apertura es el mismo que el del Museo de Falúas, y el precio son 5 € con visita guiada.

Dejamos la Casa del Labrador y su majestuosa explanada, y caminamos a nuestra derecha (comenzando ya a tomar el camino de vuelta), para cruzar de nuevo hacia el Jardín Séptimo, esta vez para disfrutar de las Islas Americana y Asíatica. Esta es una zona del Jardín a la que se dotó de una intimidad especial. En ella se incluyó un pequeño riachuelo con puentes de madera y todo el paisaje se fue enriqueciendo con lo que se traía en las diversas expediciones botánicas a zonas exóticas.

Una vez atravesamos esta zona, podemos ya ir bajando hacia la Puerta de la Plaza Redonda (otra puerta de acceso diferente por la que entramos, pero situada más adelante en la calle de la Reina), e ir caminando de regreso por el Jardín Sexto y el Jardín de Primavera hasta divisar de nuevo la Puerta del Embarcadero o Puerta Principal, que nos conduce a la calle de la Reina, donde tenemos aparcado el coche. Justo al lado del coche descubrí un poste de señalización sobre rutas senderísticas que no quise dejar de retratar, quien sabe por si en futuras ocasiones comentamos una de estas rutas.

Para finalizar la etapa nunca está de más comerse unas fresas (podemos comprarlas en uno de los numerosos puestos) o en su defecto un buen batido de frutas del bosque o un chocolate para reponer fuerzas.